TRELEW - CHUBUT | PATAGONIA | AÑO DOS

martes, 22 de febrero de 2011

Llamativa falta de control en las rutas


Adelante, esta es tu casa. Como si realmente fuéramos un solo país, el control aduanero entre la Argentina y Uruguay de tan liviano, preocupa.

Tanto anuncio, tanto número, tantas recomendaciones sobre papeles que partimos de vacaciones con la convicción de que, en este verano que ya termina, los controles en ruta serían una recurrencia. Pero no lo fueron.
Más de 4500 kilómetros recorridos y ningún control policial se interpuso en nuestra marcha. No porque nuestro vehículo no fuera el elegido para detener, sino sencillamente porque desde que partimos desde Trelew hasta cruzar el puente General San Martín, paso internacional que une Gualeguaychú y Fray Bentos, en Uruguay, simplemente no existieron. Ni uno solo.
En todos esos kilómetros recorridos no hubo rastros de la vistosa Agencia de Seguridad Vial que con tanto ahínco puso en marcha Presidencia de la Nación, ni las modestas policías provinciales. Nada. No hubo cédula verde, carnet de conductor, comprobante de seguro, VTV ni otro documento necesario para mostrar.
Sin embargo, lo más preocupante fue el liviano control para salir del país e ingresar a Uruguay, por más Mercosur que quieran argumentar, con su libre tránsito y residencia de personas. De tan sencillo, se convirtió en un bochorno. Llenado de papeles varios en una oficina con los datos de los ocupantes del vehículo y ¡listo!. No hubo ningún chequeo, al cruzar la frontera, de que efectivamente en el vehículo viajaba la cantidad de personas informada en los formularios en lugar de siete y otros dos escondidos en el baúl.
Nuestra salida del país y posterior ingreso a Uruguay dejó en evidencia las tremendas fallas que existen en materia de seguridad que explican, sin más, por qué no se puede detener el contrabando de productos, drogas y hasta el tráfico de personas.
¿Saliste a la ruta en este último tiempo? ¿Te cruzaste con controles? Contá tu experiencia, para saber si esto fue sólo una casualidad o se repite en otras zonas.

domingo, 13 de febrero de 2011

Apostilla del verano

Sorpresa y media. Con un mensaje de texto, el tesorero informó que efectivamente se produjo un error en el cajero y me depositó el dinero en mi cuenta.

Digan lo que digan, los bancos tienen mala prensa. Tras la debacle económica de diciembre de 2001 que Domingo Cavallo coronó con el corralito financiero y la posterior pesificación asimétrica, su imagen pública se destruyó.
Hasta el día de hoy, si bien recuperaron gran parte del terreno perdido, se los mira con recelo y, por sobre todo, con desconfianza.
Eso sentí el viernes último cuando en camino de regreso de mis vacaciones, realicé una extracción de dinero en un cajero del Banco Nación, en Azul y la máquina entregó $ 100 menos de lo pedido, pese a que en el comprobante figuraba como extraído el monto solicitado.
Aunque era temprano por la mañana, y la entidad aún no estaba abierta, toqué a la puerta, atendieron, expliqué la situación, pidieron que esperara y unos pocos minutos después salió el tesorero de la entidad a escuchar lo ocurrido. Me explicó que nada podía hacer hasta las tres de la tarde, cuando se abría el cajero y solicitó que volviera en ese momento.
Puesto en conocimiento de que estaba de paso, camino al sur, sacó fotocopia de mi tarjeta de débito, cédula de identidad, ticket emitido por el cajero y se ofreció a depositarme el dinero, en caso de comprobar que efectivamente se había producido un error.
Camino a Trelew di por perdido el dinero, recordé el episodio de Puerto Madryn (donde el Banco Galicia tuvo que indemnizar a una señora por un hecho similar), me autoalegré de que afortunadamente "era poco", pensé posibles caminos de demanda y me lamenté por no haber dejado asentado en ningún lugar mi reclamo. Sólo tenía la palabra del tesorero, cuyo apellido no recuerdo.
Minutos después de las tres de la tarde, un mensaje de texto llegó al celular de un compañero de viaje. Era el tesorero del Banco Nación de Azul, que me informaba que había depositado el dinero en mi cuenta y me agradecía por confiar.
En verdad, no confié. Y me disculpo por eso. El mensaje me sorprendió, realmente. Me fui de Azul convencida de que había perdido 100 pesos a manos de una máquina, que los bancos son todos iguales, que el consumidor siempre pierde y muchos otros pensamientos que iban en esa línea..
Con su honesta acción, el señor demostró que pese a lo que la realidad nos enfrenta de manera cotidiana, el valor de la palabra empeñada no está en desuso. ¡Qué bueno es saberlo!